Subteniente Oscar Silva

Subteniente Oscar Silva




 

Sus subordinados y camaradas cuentan que el Subteniente Oscar “el Sapo” Silva por no replegarse, a pesar de que estaba impartida la orden eligió desplazarse hasta las posiciones de sus hermanos los gloriosos infantes de marina del Batallón de Infantería de Marina 5 que aun resistían y se sumo a la desesperada pelea que mantenían contra un enemigo superior en numero y medios. Lo hallaron empuñando firmemente su fusil, caído para siempre en la turba malvinense. Pero todavía se escucha sus gritos de furia alentando a proseguir el combate.
Del liceo militar General Espejo a la Escuela Naval y por ultimo al Colegio Militar de la Nación, su carrera militar no tiene sobresalto, no busca llamar la atención al igual que todos los héroes argentinos sino nada mas que sigan su ejemplo de bien.
“Un grito de León”, el arco luminoso de una bengala rasga la noche teñida de tinieblas. Por unos instantes, el admira la estela que termina desplegando sus vigorosos rayos de luz. Pero la magia concluye enseguida. Crecen gritos en el silencio. Gritos de guerra, gritos de odio. El enemigo comienza a trepar las laderas disparando sus balas trazantes. Es la noche del 11 de junio de 1982 y la guerra se aproxima a su fin. Se ha impartido la orden de replegarse hacia Puerto Argentino pues el dispositivo de defensa nacional ha sido quebrado luego de durísimos combates.
La cuarta sección de la infantería de marina del “BIM5” al mando del teniente de corbeta Vázquez sigue en sus posiciones pero no esta sola, un puñado de hombres del ejército , perteneciente a la sección de tiradores de la compañía “A” del RI4, encabezado por el subteniente Silva se le ha unido horas antes. Silva, usando su iniciativa, ha resuelto quedarse a luchar con sus hermanos. Y ahora aguarda, fusil en mano, junto al resto de los que allí están, el combate final. La batalla entra a su punto culminante.

En el frente (Monte Tumbledown) se combatía encarnizadamente para mantener la línea de defensa, el enemigo había tropezado con una posición dura, de resistencia feroz, de fuego intenso.
"Subteniente se me trabó el FAP" grito un soldado, tomó su FAL y continúo disparando.

El subteniente Silva al ver al soldado en esa condición, sale de su pozo de zorro, destraba el FAP, y se lo alcanza a otro soldado quien nuevamente continua disparando, es el arma principal de la fracción para detener a los ingleses que atacan incesantemente las líneas defensoras.

De repente se distrae del combate,tiene una pausa, siente que le quema el hombro, el dolor es profundo, no puede mover su brazo izquierdo, mira su mano y ve correr sangre; está herido. Es sangre de valiente, sangre del que va a combatir hasta el fin por lo que cree.
Una y otra vez los han rechazado, una y otra vez vuelven, de repente el héroe se queda sin municiones, mira al rededor y ve unos de sus soldados ya sin vida a su lado. Toma su FAL y sigue disparando hasta agotar las municiones. A su alrededor sus hombres y los infantes de marina van cayendo, uno a uno. Se esta quedando solo. Silva se encomienda a Dios.
El subteniente del Ejército Argentino abandona nuevamente su posición y va en ayuda de un herido, en el trayecto de un pozo a otro, ve que el soldado, a quien había dejado con el FAP cae muerto por el fuego enemigo.
Entre el fuego y el fragor de la lucha toma al herido y lo traslada sobre sus hombros, arrastrado, agazapado, a otra posición más segura, unos treinta metros detrás.
Con el FAL en las manos dispara y avanza a la línea de fuego, recupera el FAP, es fundamental para resistir, se lo acerca a otro soldado quien también es herido, nuevamente su jefe lo arrastra como al primero y lo pone en un lugar seguro, mientras grita, da órdenes, infundiendo valor a sus hombres.
Regresa al frente, tomó nuevamente el FAP siguió disparando y gritando para conducir a algún hombre que aun quedaba.
La desproporción de tropas es tremenda, pero la resistencia argentina inscribió epopeyas en tinta de sangre.

Los ingleses intentaron una y otra vez romper la defensa desde la tarde del 13 y hasta la mañana del 14 de junio de 1982.
El heroísmo manifiesto de la resistencia ante la embestida invasora hizo que los británicos se replegaran más de una vez.
Allí estaba Oscar Augusto Silva, subteniente del Ejército Argentino, tenía 24 años y se iba a casar ese mismo año. Su voz firme y viril desgarraba su garganta al bramar: “...vamos soldados de hierro... ¡Viva la patria! ...fuerza soldados de mi patria!!!..." mil veces rugió mientras dirigía una y otra vez, mortal y certeramente el fuego de las armas defensoras de nuestra querida Argentina.
La lucha era terrible, el fuego contra el fuego, el sol despuntaba en el horizonte cuando su fracción es sobrepasada por la masa de las fuerzas enemigas.
No retroceder jamás, la dignidad y la palabra empeñada de “no ceder” era suficiente para no quebrarle el ánimo, él era un soldado del Ejército Argentino.
Miró y vio que estaban siendo arrasados, sobrepasados, tomó su fusil y colocó la bayoneta, ya se había quedado sin municiones, y con fusil armado a la bayoneta emprendió su último combate cuerpo a cuerpo.
En un supremo esfuerzo saltó de su pozo y emprendió contra los invasores de su patria.

Entonces grita, emite un alarido de horroroso coraje. Es el bravo rugido del león herido y acosado por la jauría. Grita mientras hace trepidar su arma que vomita un mortal mensaje de plomo, Viva la Patria carajo!!!

Un ciego instante de eternidad que retrata su gesto, el frío viento de la mañana templó su rostro, el horizonte permitió al sol depositar en sus ojos el brillo de los héroes y fue un león rugiente, de frente, cara a cara y a la carga.
Irónicamente los ingleses colonialistas no pudieron matar de frente a este león y lo abatieron a tiros por la espalda.

Murió defendiendo esa pequeña porción de terreno que representaba su Nación, su patria.
Al amanecer pasan a identificar los muertos y ven al soldado muerto que esta sosteniendo firmemente el fusil sin poderlo sacárselo.

Subteniente Oscar Augusto Silva el privilegio de los héroes marcaron tu camino y usted valiente del Ejército Argentino dejó en el turbal malvinense el último hálito de vida cumpliendo con su deber de soldado.

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